Estados Unidos: Un nuevo escenario, un nuevo desafío

Los comicios del 8 de noviembre no sólo decretaron el triunfo de Trump, sino que también prolongaron el dominio de los republicanos en el Congreso.  Contra todas las previsiones, los republicanos lograron retener el control de ambas cámaras legislativas. Se abre ahora un nuevo escenario, con dos de los tres poderes del estado bajo dominio republicano, algo que no sucedía desde el 2004.

Estas elecciones echaron luz, nuevamente, sobre algunas particularidades del sistema electoral estadounidense, como por ejemplo las consecuencias en términos de representación que conlleva el Colegio Electoral. Así, el recuento definitivo arrojó la noticia que Hillary Clinton obtuvo un total de 61.324.576 votos (232 electores), mientras que Donald Trump cosechó 60.526.852 votos (290 electores); es decir, la candidata demócrata obtuvo una ventaja de casi 1.000.000 de votos sobre el republicano, pero fue el magnate quien obtuvo victorias en aquellos Estados claves que le garantizaron los 270 electores mínimos requeridos para convertirse en el 45º presidente del país.

Sin embargo, esto no es nuevo, ha sucedido anteriormente en cuatro oportunidades. El último antecedente ocurrió en el año 2000 cuando el Republicano George W. Bush llegó a la Casa Blanca, aún cuandoel demócrata Al Gore había obtenido 540.520 votos más.

El congreso que viene

La batalla más reñida se libró en torno a la nueva composición del Senado. Recordemos que la cámara alta estadounidense está integrada por un total de 100 congresistas, dos en representación de cada Estado. Éstos son elegidos a simple pluralidad de votos en sus respectivos territorios y permanecen en el cargo por un período de seis años. Al igual que la cámara de representantes, la cámara de senadores se renueva cada dos años, pero, a diferencia de aquélla, la renovación es parcial: en cada elección se pone en juego un tercio del total de las bancas. En las pasadas elecciones entraron en disputa 34 bancas, 24 de ellas pertenecientes a senadores republicanos. Los conservadores lograron retener 22 escaños, en tanto que los demócratas no sólo conservaron las 10 bancas propias que estaban en juego, sino que obtuvieron otras dos. Los 22 escaños retenidos, sumados a otros 30 que no habían entrado en juego en esta elección, le permiten hoy al Partido Republicano conservar una mayoría de 52 bancas, contra 46 de los demócratas y 2 independientes. La diferencia entre ambos partidos es ciertamente reducida, pero le asegurará Trump que, en tanto mantenga un apoyo cohesivo de su partido, no se verá forzado a negociar con los líderes demócratas.

Por su parte en la cámara baja, el triunfo republicano fue aún más resonante. Integrada por 435 diputados, todos ellos elegidos en circunscripciones uninominales y por simple mayoría, la cámara de representantes se renueva en su totalidad cada dos años. De las 435 bancas que se pusieron en juego, 247 estaban en manos republicanas y 188 en manos demócratas. Por lo tanto, la renovación total ofrecía al partido del presidente Obama una buena oportunidad para recuperar control sobre la cámara. Sin embargo, la victoria fue para los Republicanos, quienes lograron imponerse en 237 distritos.

Este resultado favorecerá sin lugar a dudas la gobernabilidad de Trump, en tanto le será menos costoso negociar con los legisladores para aprobar leyes y gobernar con apoyo legislativo. Sin embargo, es importante considerar los intereses de un sector del Partido Republicano pueden diferir de las decisiones de Trump, más aun considerando que el magnate es un outsider, es decir, no fue proviene del partido y por lo tanto no responde a las elites partidarias. Así, dado el estrecho margen con el que cuentan los republicanos, será un desafío para el presidente electo mantener la disciplina partidaria para que sus legisladores lo acompañen en el Congreso. Así también habrá que prestar especial atención al comportamiento legislativo del bloque Demócrata, especialmente de aquellos congresistas que responden a Bernie Sanders, principal detractor de Trump en las elecciones presidenciales, cuyo poder de denuncia y negociación podrá alterar los humores de los bloques parlamentarios.

En esta línea, la historia norteamericana, muestra que ningún partido ha tenido, desde el 2000, mayoría en ninguna de las cámaras.

El control republicano sobre el congreso es de una relevancia vital para la dinámica política estadounidense. En primer lugar, porque aumenta los niveles de gobernabilidad y la capacidad del Ejecutivo de negociar con los Legisladores. Recordemos que, enfrentado con un congreso mayoritariamente republicano, en más de una ocasión, Obama no logró aprobar su presupuesto, quedando completamente paralizado el aparato gubernamental. Por otra parte, la muerte del Juez Scalia ha dejado una vacante en el Tribunal Supremo, que el presidente entrante deberá llenar con la aprobación del legislativo. El predominio republicano en el congreso permitirá a Trump cumplir una de sus principales promesas de campaña: reemplazar al fallecido Juez por un magistrado de su preferencia.

¿Por qué Swing States?

Sin lugar a dudas los llamados Swing States se constituyeron como uno de los principales protagonistas en la elección. Así, Estados como Carolina del Norte, Iowa o Florida terminaron influyendo de manera directa en el resultado de la elección. Tal y como se muestra en los gráficos la infografía, los Estados considerados Swing reparten 134 electores, siendo necesarios 270 para consagrarse en la elección. Así, el siempre controversial resultado de Florida y la sorpresa en los Estados de Pensilvania, donde Hilary Clinton realizó su acto de cierre de campaña, por citar los casos más resonantes, cambiaron sin lugar a dudas el curso de la elección.

Otro de los aspectos llamativos en la dinámica política norteamericana es la estructuración del voto en torno a características económicas y sociales del electorado. Entre los votantes blancos, que corresponden a un 69% de los electores, el 58% votaron por el candidato republicano, mientras que el 37% lo hicieron por Hilary Clinton. Por su parte, los votantes de color, 31% del electorado, votaron en un 74% por Clinton y en un 21% a Trump. En tanto, los hombres blancos votaron en un 63% por Trump y en un 31% por Clinton, y las mujeres votaron en un 53% por Trump y un 43% por Clinton. Otro de las divisiones que ordenaron el voto fue la formación de los votantes. Entre los graduados universitarios, un 45% votaron por Clinton. Así, podemos ver como el voto norteamericano se estructuró principalmente en torno a clivajes de centro/periferia y de capital/trabajo. Si se observa un mapa con los resultados históricos de las elecciones presidenciales estadounidenses, rápidamente advierte que el centro geográfico del país invariablemente permanece rojo, en tanto que la costa oeste y el norte de la costa este se muestran predominante Demócratas.

Esta distinción territorial nos indica que al interior de la sociedad norteamericana coexisten dos realidades bien diferenciadas. En las áreas costeras, la población vive en grandes urbes, donde la economía se ha recuperado rápidamente de la crisis del 2008, donde el discurso liberal, multicultural y cosmopolita ha penetrado con gran intensidad, donde la globalización ha mostrado su cara más próspera.

Por el contrario, en el centro, en el interior profundo de los Estados Unidos, la población se reparte entre quienes viven en las zonas rurales, históricamente más conservadoras y refractarias al discurso liberal de los demócratas, y aquellos que habitan las grandes urbes manufactureras, en auge durante los 50 y 60, pero crecientemente postergadas en la era postindustrial. Desde comienzos de los noventa, la matriz productiva de los Estados Unidos comenzó a mutar. Lentamente pasó de economía manufacturera, a una economía de servicios, que apuesta de lleno por la industria del conocimiento y la tecnología. Sin duda, esta metamorfosis contribuyó a un nivel macro para reimpulsar el crecimiento, pero expulsó del tren del progreso a una porción considerable de la sociedad norteamericana. El cierre de las grandes industrias manufactureras dejó un ejército de obreros calificados en las calles, obligados a elegir entre el desempleo y trabajos precarios en el sector terciario. Fue precisamente ante este electorado, en crisis, crecientemente relegado, postergado por las fuerzas de la globalización, que el discurso conservador y proteccionista de Trump cobró fuerza.

Para el cierre, otro dato de la estampida republicana: también llegó a las gobernaciones. De los 12 Estados en disputa el Partido Republicano obtuvo 6, lo que le permitió conservar una mayoría de gobernaciones. De los 50 estados 34 son gobernados por los Republicanos, 15 por los Demócratas y solo 1 Independiente (Alaska).

Los republicanos conservaron tres de los cuatro Estados que tenían en juego, Dakota del Norte, Indiana y Utah y arrebataron tres al Partido Demócrata, Vermont, New Hampshire y Missouri. Por su parte los demócratas, se quedaron con Washington, Montana, Oregon, West Virginia, Delaware y Carolina del Norte, este última fue la única gobernación Republicana que los Demócratas pudieron ganar.

Conclusiones

Sin lugar a dudas las elecciones estadounidenses del 8 de noviembre sacudieron la escena política internacional. Fueron también una fiel expresión de muchas de las particularidades anglosajonas en materia electoral, tal y como los efectos del sistema electoral, la importancia de los swing states y en mayor medida, las divisiones en función a las que se ordena el voto norteamericano.

Así, un nuevo escenario político se constituye en los Estados Unidos, abriéndose una gran incógnita sobre los desafíos que tendrá el presidente electo de cara a los próximos años. Sin lugar a duda, entre los principales obstáculos que tendrá que sortear podemos pensar en garantizar la gobernabilidad y una buena relación con el Congreso, en conservar su legitimidad y en abrir diálogos con minorías y grupos en defensa de intereses específicos.

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